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A veces, para crecer, hace falta romper todo lo que hubo antes. Y, si se trata de My Chemical Romance, a veces hay que hacerlo dos veces.

El grupo de Jersey conquistó el mundo entero con su tercer álbum, que fue disco de platino, un disco sombrío y magnífico, The Black Parade, pero los dos años de gira se cobraron su precio. Cada noche el grupo se enfundaba en sus uniformes monocromáticos, y concierto tras concierto su líder, Gerard Way, se metía en la piel del protagonista del álbum, el enfermizo y rencoroso “Patient”. En todos los países que visitaban, miles de fans colapsaban los estadios, pero con ellos llegaban también inquietantes historias de violentas peleas en las calles de las ciudades, o de persecuciones provocadas solamente por las ropas que vestían o por su pasión confesada por My Chemical Romance. En el momento en que el grupo alcanzó su mejor momento profesional (con un concierto en el Madison Square Garden en la primavera de 2008) estaban agotados personalmente. “Habíamos visto el mundo y el mundo entero nos había visto a nosotros,” explica el guitarrista Frank Iero. “Era divertido, pero también era agotador. Cada noche volvíamos a poner en escena un disco fúnebre” Finalmente “todo era amargo, todo estaba vacío,” afirma Gerard. “El álbum se había malinterpretado tanto que sentía que estaba defendiéndome o pidiendo perdón por cosas. Defendiendo a unos chicos que eran víctimas del odio. Pero nada de todo eso tenía que ver con la música.”

Y fuera de los estadios, el grupo también estaba cambiando. Los cuatro integrantes principales, – Gerard, su hermano el bajista Mikey Way, y los guitarristas Iero y Ray Toro – estaban llegando a los 30 y todos se habían casado o estaban a punto. The Black Parade – su negrura, su pompa y circunstancia– era un esfuerzo triunfal, pero internamente el grupo se preparaba para una batalla distinta. “Yo no me parecía ya al que era antes,” explica Gerard. “No creo que ninguno de nosotros fuera ya el que era antes. Éramos un grupo de tipos vestidos de negro. Un grupo de tipos de negro realmente cansados.”

Así que mandaron The Black Parade a dormir un rato. Pero no con un funeral al estilo de Busby Berkeley, como el que aparece en el impresionante video de MCR para el tema “Helena”, hace algunos años. No, murió de pronto y sin ceremonias. Gerard se trasladó a Los Ángeles con su mujer, Lindsey, y su hija Bandit. Allí se sumergió en el mundo de Hollywood, trabajando para convertir su exitoso comic The Umbrella Academy  en un guión para la pantalla. “Todos necesitábamos normalizarnos y volver a ser seres humanos”, dice Mikey, que pasó mucho tiempo hablando de los problemas de ansiedad que había sufrido durante la gira de Black Parade, una ansiedad que había sido muy aireada durante el tour. “Aprendimos que está bien disfrutar de las cosas. Que se puede sonreír. Uno puede disfrutar y no ser tan agorero.”

Pero en 2009, cuando se hizo evidente que era el momento de volver a hacer música, las antiguas preocupaciones volvieron. Gerard estableció un mandato en contra: eliminar todos los conceptos, eliminar todos los disfraces. “Teníamos que hacer algo rápido, desnudo, crudo”, explica Mikey. “Un puñetazo en la cara sin alegorías ni historias. Como un cometa, un golpe rápido.” Gerard y Ray intercambiaron cintas para inspirarse, cintas en las que se escuchaba la fuerza pura del rock de Iggy y los Stooges, y escribieron letras sobre coches o sobre kung-fu. “El sonido era opuesto a lo que habíamos hecho en Black Parade,” afirma Ray. “Pero habíamos levantado las paredes: ahora había que ver qué podíamos hacer, cómo debía sonar aquello. Empezábamos a movernos.” Y poco a poco  grabaron un disco y lo mezclaron, con el productor Brendan O’Brien a la cabeza del proyecto. Fue entonces cuando, en el último momento, cuando todas las frustraciones y las dudas que habían estado latiendo durante el proceso de grabación como un invitado incómodo, empezaron a brotar. “No dejábamos de decir que nos lo íbamos a pasar bien,’” cuenta Mikey. “Pero no nos dábamos cuenta de que no nos lo habíamos pasado nada bien.”

Gerard es más directo: “Si te proteges mientras estás haciendo música, tu música nunca será muy buena. El primer acercamiento al álbum representaba el sonido de alguien que no quería abrir la boca.” Desilusionado y deprimido, él y su mujer se fueron de vacaciones por primera vez en años, marchándose al desierto que rodeaba su nueva ciudad. Y fue allí, entre las rocas y los cactus, en esa naturaleza extraña y primitiva que acecha junto a la ciudad de Los Ángeles, creada por el hombre, cuando Lindsey le explicó a su marido: ‘Mira, tú eres un artista, y estás intentando no ser un artista’” Gerard lo recuerda. “Yo creé el grupo después del 11 de Septiembre, en un momento en que yo odiaba el arte. Black Parade hablaba de esconderse, hablaba de castigo. No podía decir la verdad, así que, en vez de hablar de eso, hablaba del cáncer. Tenía que ponerme una máscara para mostrar a la gente quién era yo realmente. Pero ahora llegaba el momento de admitirlo. Ser quien yo había sido antes de que el grupo existiera. Pero tenía algo guardado en el cajón, que era esta canción: ‘Na Na Na.’”

De vuelta en Los Ángeles en enero de este año, el grupo se reunió de nuevo en el estudio de la casa del productor de Black Parade, Rob Cavallo. “’Na Na Na’ sirvió realmente para abrirnos los ojos,” recuerda Ray. “Todos nosotros somos tipos creativos, pero Gerard es como diez veces más creativo que cualquiera de nosotros. Su cerebro siempre está hirviendo. Poner límites a eso fue lo peor que podíamos hacer. Como cortarle las alas a un pájaro”. La canción es, en palabras de Gerard, una “bomba perfecta”: una explosión verdaderamente salvaje de todos las excentricidades, la energía y la rabia que  el grupo ha venido guardándose durante años. Quedó atrás la poesía oscura, las tinieblas y las profecías. En su lugar apareció una exuberancia sin adulterar: citan a Batman e incluso hay toques de jazz que son bienvenidos. Los que han pasado algún tiempo con Gerard saben que tiene un sentido del humor muy retorcido y un amor innato por la pose y el exhibicionismo. “Na Na Na” reventó la frustración de todo el año anterior igual que un especialista en un circo sale disparado de un cañón.

De aquí en adelante, la cosa empezó a correr. “Trabajamos durante dos o tres semanas”, cuenta Gerard. “No sabíamos si estábamos haciendo un disco nuevo o no. Rob trabajaba gratis. Solo sabía que había magia y trataba de captarla.” Entre todas las reglas que la banda lanzó por la borda fue esa norma autoimpuesta de trabajar con un productor nuevo cada vez. Aunque habían disfrutado con O’Brien, volver a trabajar con Cavallo fue, en palabras de Mikey, “como esa imagen tan tópica en la que aparece un rayo de luz entre unas nubes que se abren. Era como ir a la guerra y después volver a casa. Se convirtió en un gran proyecto artístico en el que todos estábamos implicados.”

“Lo que repetíamos una y otra vez era: tenemos que recuperar nuestro color,” afirma Frank. “Es muy duro ir de negro todo el puto día. Quieres tener momentos en tu disco en los que todo el brillo pueda salir hacia fuera.” Y si “Na Na Na” abrió una nueva puerta, la creación de “Planetary (GO!)” (“you keep eternity / give us the radio”/ quédate tú con la eternidad/ déjanos a nosotros la radio) echó abajo los muros completamente, dejando que toda la locura del Technicolor se quedase con ellos para siempre. Un tema ruidoso, glam-disco, una canción que suponía el triunfo de recuperar el lado más pop de Mikey. “Escribir una canción como esta para MCR fue liberador”, explica. “Nos dimos cuenta de que podíamos hacer realmente cualquier cosa. Habían desaparecido las reglas y en el álbum podía aparecer cualquier cosa.” Cuando se les ocurrió ese inspirado tema de combustión lenta titulado “Sing,” –otra loca improvisación cultivada en la huerta de Chez Cavallo– el grupo supo que estaban empezando de nuevo. Gerard se volvió hacia Mikey sonriendo y, casi por casualidad, dio nombre al nuevo disco: “Danger Days, aquí estamos de nuevo!”

“Lo que pasó con el primer intento de hacer un disco es que aquel era un disco de rock completamente normal, perfecto”, explica Gerard. “Nuestro aspecto era perfecto, con trajes impecables y chaquetas de cuero, todo perfecto incluso para los más conservadores. Pero entonces lo destruimos. La cuestión a la que nos enfrentábamos era: ¿debemos destruir algo perfecto para hacer algo bello? Y eso es exactamente lo que hicimos.” Una canción muy directa de las primeras sesiones de grabación titulada “Trans Am” acabó siendo despedazada, unida a la cola de un cohete, para reaparecer más tarde saliendo del universo de la ciencia ficción convertida en “Bulletproof Heart.” Dentro de esta nueva dirección, el grupo volvió a grabar temas rave de Motor City, como “Party Poison”, que se cargó de nuevas energías, mientras experimentos que parecían locuras nocturnas conseguían tener vida propia. El épico tema “S/C/A/R/E/C/R/O/W” (Frank: “Ese sí que es raro, tío”) nacía como un simple estribillo y daba origen a toda una canción entera construida con loops originales, todo un castillo encantado construido ladrillo a ladrillo con materiales sonoros de desecho. “Un amigo mío me dijo que cuando Scorsese termina una película, lo primero que hace es buscar la mejor escena de todo el metraje y cortarla,” dice Gerard. “No podíamos andar dándole vueltas al pasado. Teníamos que seguir adelante.”

A partir de la caótica creación de este álbum, surgió un concepto común, libremente inspirado en el proyecto de un comic que databa de los primeros tiempos del grupo, cuando la banda recorría el país en una furgoneta abollada. “Musicalmente estábamos tratando de hacer la música del futuro,” cuenta Mikey. “Imaginábamos California en un post-apocalíptico año 2019. Todas estas canciones cuadraban con ese mundo.” Poco a poco se fueron añadiendo piezas al puzzle: las nuevas canciones las pinchaba un DJ de una radio pirata, Dr. Death Defying, cuyas emisiones eran la referencia vital para the Fabulous Killjoys, una panda de chicos rebeldes e inadaptados que tratan de sobrevivir,  en un futuro vacío donde el arte y el color eran ilegales. Pero todo esto puede ser todo lo preciso que uno quiera. “Cualquiera puede ser un Killjoy,” explica Gerard. “La banda, los chicos, lo artistas. Lo que hicimos mal en Black Parade fue tratar de dictar los resultados. Y eso yo no puedo hacerlo. El mundo es grande, duro, caótico, y nosotros no somos más que pequeños insectos frágiles, un movimiento en falso y nos aplastan. Esto es solo un gran proyecto de arte pop.” “Si quieres saber cómo es un Killjoy, vete a una tienda de disfraces y créalo tú mismo,” dice Ray. “Con The Black Parade todo se entendió mal. Esta vez no tenemos ningún enemigo. Tienes que ser creativo. Utiliza tu voz, la voz de tu comunidad. El arte es la única arma.” Con un aire arrogante en su voz que nos resulta familiar, Gerard añade: “El rock and roll es más viejo que la vida misma y yo no estoy diciendo que vayamos a salvarlo. No es eso lo que estamos intentando. Solo queremos hacerlo bonito.”

Ninguna canción resume la radiante explosión creativa de Danger Days como “The Kids From Yesterday.” Grabada en mayo muy al final del proceso, cuando Frank se había marchado ya a New Jersey para acompañar a su mujer, que estaba embarazada (tuvieron dos gemelas en julio), la canción abre un nuevo camino, pero que inmediatamente nos es familiar, una vigorosa explosión de nostalgia inventada y de recuerdos equivocados. Ahora ya es la canción preferida del grupo en todo el álbum y, quizá de todo el repertorio de My Chemical Romance. “Sentía que tenía que escribir la letra de esta canción para completar el disco,” dice Gerard. “Lo que significa para mí es lo siguiente: soy un adulto ahora– todos nosotros lo somos – y eso es genial. Somos una generación de artistas salvajes, pensadores libres, gente loca. No vamos a dejarlo todo y a llevar una vida aburrida solo porque eso es lo que se espera de nosotros. ‘The Kids From Yesterday’ son esos adultos que nunca han olvidado la sensación de agarrarse a una valla metálica y ponerse a gritar hasta desgañitarse.” Este tema completa el circuito del último álbum hasta llegar a la terrorífica y extraña “Teenagers.” Ha quedado atrás la paranoia de aquella canción, llena de miedo por el futuro. Y en su lugar está la esperanza. “Algo importante de aceptar que somos gente adulta es confiar en los chicos, en nuestros fans,” dice Gerard. “Mi grupo no pretende ser vuestro guía. Cualquier cosa puede ser arte. Cualquier cosa puede ser expresión personal. Coge tu pistola y corre. No seas presa fácil. No tienes por qué ir siempre de negro. Creo que al llenarnos de color estamos pasando el testigo para que otro conduzca el maldito cohete!”

Danger Days: The True Lives of the Fabulous Killjoys es el álbum que My Chemical Romance ha estado levantando durante su casi una década de existencia. Desde el sentimiento más doloroso (“The Only Hope for Me is You”) hasta la pelea a puñetazos en la calle (“DESTROYA”) el disco desafía cualquier etiqueta y rompe todas las expectativas. Sin atarse a ningún estilo, ningún credo y ningún código, es un disco de rock’n’roll del futuro destinado directamente al centro del presente. “El año que viene cumpliremos diez años juntos,” explica Frank, “y es mucho tiempo para estar haciendo siempre lo mismo. Y creo que si alguien nos ha venido siguiendo mucho tiempo también necesita sentimientos diferentes en su vida, que aparezcan diferentes emociones. Y lo sé porque eso es lo que nosotros también necesitamos.”

Black Parade hablaba de una gran tristeza y un gran sufrimiento. Danger Days habla de una gran aventura en el hiperespacio”. Gerard lo explica, finalmente, con un guiño. “No es que pensemos que lo merecemos. Sencillamente lo pedimos.”

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